SANTO DOMINGO.-El economista y autor Eduardo García Michel valoró los más de 200 parques entregados durante la gestión de Carolina Mejía, con lo que considera que avanzamos hacia una ciudad que respira, tal como escribiera la ejecutiva municipal.
Me sorprendió gratamente un artículo publicado por Carolina Mejía en Diario Libre el pasado 18 de agosto, bajo el título “La ciudad que ha aprendido a respirar”. Bien escrito, sustancioso y hasta adornado con timbres poéticos.
Ella dice: “La ciudad que no respira, tampoco sueña. Hablo del oxígeno que no solo pasa por los pulmones, sino al de la sana recreación, del juego y la diversión, de la calma, de la conversación entre vecinos y de la convivencia que humaniza. Me refiero al oxígeno que hace te sientas bien y que vivas en bienestar”.
Estoy de acuerdo con lo que afirma: “El espacio público debía dejar de ser el rincón olvidado para convertirse en el alma visible de la ciudad”. Y desde esa perspectiva celebro que la alcaldesa del D.N. proclame que: “Así se dio lo que para muchos parece una hazaña increíble: recuperar más de 200 parques y plazas en cinco años. No como meta de ingeniería, sino como promesa social. Parques y plazas no para lucir, sino para vivir”.
Ahora son 200. Deberían ser muchísimos más. Esta ciudad necesita áreas verdes, parques, espacios públicos limpios, ordenados y seguros.
Es conocido que el viento suele llevarse las palabras de muchos de nuestros políticos. Pero hay que reconocer que, en su caso, ha encontrado un área propicia de actividad en la que realizar, cumplir su misión y vocación de servicio: los parques y pulmones públicos, aunque el desempeño de sus responsabilidades no esté limitado a esas circunstancias.
Siempre he creído que a la política se va a resolver, a plantear y ejecutar soluciones. Y eso es lo que el cabildo está haciendo. No obstante, la mayoría de los políticos se han convertido en adictos a las encuestas y son dominados por sus resultados. Devienen en dependientes de los forjadores de imagen y de quienes manipulan las encuestas. Dejan de ser líderes, renuncian al honor de convertirse en estadistas, y terminan siendo mercancía mercadológica.
Así como digo una cosa, proclamo la otra: la urbe requiere con urgencia que el cabildo revise sustancialmente a la baja las normas de densidad y exija mayor espacio entre la calle y las construcciones, pues con esas normas las tantas edificaciones colindantes con los altos dominios divinos restan aceras amplias al caminante, complican el devenir de la vida y condenan al ciudadano a moverse siempre en vehículos y a evitar las caminatas.
Una ciudad con construcciones con límite de 5 a 7 pisos de altura y con áreas definidas para negocios y viviendas, es preferible a otra plagada de rascacielos cuyo desenvolvimiento requiere de la existencia de servicios públicos de calidad suprema y permanentes, no siempre disponibles. Ante la duda, debe valer más el disfrute ciudadano que el interés mercurial de los promotores de edificaciones.
Regresando al tema, cuando paso por el malecón de Santo Domingo siento entusiasmo por las obras de embellecimiento y áreas deportivas que se están levantando. Eso dará a los ciudadanos nuevas opciones de recreación, crecimiento espiritual y valor a la ciudad. Es una gran propósito.
Espero que dentro de las obras en curso a nadie se le ocurra levantar estructuras que bloqueen la vista al mar, pues ese es el gran atractivo del malecón; ojalá que las intervenciones en ese sentido sean mínimas, las indispensables.
Tampoco debe convertirse el malecón en un inmenso parqueo de toda clase de vehículos portando bocinas ensordecedoras y blandiendo botellas de alcohol como si fueran espadas en proclamación de victorias. No. Debe ser área de sano disfrute familiar, protegida de ruidos y excentricidades. Apta para el desarrollo de deportes, cultivo de la espiritualidad, desarrollo de habilidades personales. Asegurar que esos espacios se utilicen adecuadamente también es responsabilidad de las autoridades.
Ahí en el malecón, cerca del área deportiva que se está delineando, está situado el monumento al 30 de Mayo, en honor a la gesta, sumergido en un ambiente de humildad. Bien podría el cabildo aprovechar el ímpetu que lo mueve para revalorizar ese entorno, como es probable que lo tenga planeado.
Si lo hiciera sería no solo un homenaje a nuestros héroes y mártires, sino también la oportunidad de brindar a los ciudadanos ejemplos concretos de cómo y por qué es necesario estar preparados para defender a todo trance la democracia y las libertades, tal y como ellos lo hicieron al ofrendar sus vidas con esa finalidad.