SAINT-LOUIS-DU-SUD, Haití — Mylouise Veillard tenía 10 años cuando su madre la dejó en un orfanato en el sur de Haití y le prometió una vida mejor. Durante tres años, Mylouise durmió en un piso de cemento. Cuando tenía sed, caminaba hasta un pozo comunitario y ella misma acarreaba pesados cubos de agua. Las comidas eran escasas y perdió peso. Estaba preocupada por su hermano menor, quien luchó aún más que ella en las instalaciones.
Es una historia familiar entre los aproximadamente 30.000 niños haitianos que viven en cientos de orfanatos donde abundan las denuncias de trabajos forzados, trata y abuso físico y sexual. En los últimos meses, el gobierno de Haití ha redoblado sus esfuerzos para sacar a cientos de estos niños y reunirlos con sus padres o familiares como parte de una campaña masiva para cerrar las instituciones, la gran mayoría de las cuales son de propiedad privada.
Los trabajadores sociales lideran el esfuerzo, a veces armados solo con una imagen y una vaga descripción del vecindario donde vivió el niño. Es una tarea ardua en un país de más de 11 millones de personas sin guías telefónicas residenciales y donde muchas familias no tienen dirección física ni huella digital.